Busca entre esos pedazos de loza los restos del corazón que se rompió... haz polvo con ellos y quizá ahí encuentres poesía.
Busca entre la profundidad de tu pensamiento la razón por la cual escribiste en mi epitafio... si querías ser eterna, no era necesario...
No quedan reclamos, porque gustosa se acepta la muerte por un instante de gloria, por la satisfacción de tocar un sueño....
Es imposible callar el dolor... en pos del bienestar de una luna que nunca dejará de estar presente en sueños....
Dulce es la muerte que te otorga el olvido, al no saberte ya vigente en el corazón de quien te robara el abrigo de la razón y la calma...
Dulce y amarga es la prisión del silencio: aquella soledad opresora que te arranca las ganas de ver otra luna, por no ser tú mismo.
Lo que más duele es ese silencio que envenenó cada segundo de hastío. Ese silencio mortuorio del que no sabes nada. En el que nada sientes.
Silencio que te hace sentir como un asunto tachado de una vieja lista de pendientes. Un antojo con el que ya no se supo qué hacer.
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