Inicia la nueva aventura de la imaginación mezclada con los sentimientos...
El velo de mi vida a través de tus ojos y tu mente...
Mientras las voces me solicitan que compruebe el por qué de su existencia,
los oráculos me responden con los mimos de la fraternidad gremial...
Dulce experiencia que provee la satisfacción de las pequeñas victorias,
la vida misma se complace en sonreir brevemente temeraria.
No es que posea la mejor de las estampas,
o que tenga el empuje de antaño,
pero mientras empuñe mis armas,
podré levantar en guerra mi mano.
Oculto, se ha guardado la Bestia,
llevando 20 años de destierro,
en los confines de las hojas guardadas,
en tinta reposada,
en silencio.
De repente, se asoman las picas que gustan de sorprender nuestra suerte,
se asoman espantos,
menesterosos elocuentes que anuncian la muerte.
Una nueva guerra se acerca,
a la Bestia cansina y silente.
Ahora escudo y espada servirán para aplacar a los olvidos vivientes.
Malditos guerreros.
Esos recuerdos escondidos que asaltan a mansalva
traicioneros y sorpresivos.
Esos desaparecidos que avanzan de regocijo.
Nunca antes se había visto tanto fantasma del desierto,
bajo las lunas de sangre,
proyectando escaramuzas de sombras hacia la Bestia.
No todos los muertos rampantes son monstruos descarnados,
algunos portan belleza con cuencas vacías
y gritos de guerra.
La Bestia espera.
La Bestia sabe que la mansedumbre heredada de la paz,
es sólo la cara luminosa de su alma,
las circunstancias aciagas oscurecen su gesto.
No tiene caso describir una batalla,
cuando son las causas y las consecuencias
las que verdaderamente importan:
los motivos de la Bestia.
Es en la adversidad que se conoce el carácter del guerrero,
pero es en la paz como se desenvuelve su alma
y se alimenta su espíritu...
En la paz,
la Bestia reina sobre su propia Patria.
Tierra ganada por la paciencia de encontrar el terreno correcto.
Ganó al dejar de buscar.
La Bestia dejó de mirar al cielo
para encontrar respuestas,
en cambio,
encuentra la paz
ejerciendo su plena contemplación.
La paz perjudica al guerrero,
porque sabe existir para sobrevivir,
y se inventa sus propias guerras.
La paz envenena a la Bestia.
La Bestia sabe que para regir en su patria,
primero debe conquistar su propio terreno:
cada día debe vencer un demonio distinto a la vez.
La Bestia deja los asuntos del cielo
en manos de los dioses y,
junto a los hombres,
se ocupa de los asuntos terrenales...
Sin embargo,
cada que mira a la noche estrellada,
sabe que en alguna parte es requerida su alma,
y en la tierra, su fuerza es alabada...
La vida de la Bestia se rige
por la dicotomía de viajar
más allá de las nubes
o de cultivar amoroso
su semilla en el suelo...
La Bestia,
en ocasiones,
añora los días de guerra,
aquéllos donde la paz sólo era una razón para ser guerrero,
y para cruzar el infierno...
Los mejores guerreros mueren para ganar una batalla,
pero lo más sabios saben sobrevivir para vivir en tiempos de paz.
Camino a la nueva batalla,
la Bestia sabe que lleva la soledad a cuestas,
por no tener cosa de más valor
que su espada empuñada.
Los camaradas de la Bestia
se diluyeron en otras aguas
para navegar hacia sus propios horizontes.
Nunca escribirán de vuelta,
no lo harán.
Los pocos que visitan a la Bestia,
se llevan las viandas de su mesa
y el vino de sus bodegas,
a cambio de promesas y falso tiempo.
Los viejos yelmos oxidados
siguen cobrando el favor de haber mirado
hacia el mismo horizonte que la Bestia.
Son terribles acreedores.
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