miércoles, julio 22, 2009

Versos sueltos en una libreta de corcho

Muere el mundo pasado
al ser aplastado,
por mi determinación,
quizá mi parte pretérita
lo vea como un acto de traición,
pero para mí es inédita
esta manía mía
por terminar de forma inmediata
el testimonio escarlata
de lo que en otrora me causara
inquietud y pasión.

Ayúdame a capturar la sombra
que dejamos en el olvido.

Veneno verde,
porque los sueños no son
sino deseos ahogados
en la cárcel entre nuestra cabeza
y la almohada...

Negro destino, oscuro placer,
porque nada pasa
si el viento abandona al mar,
la luna calla...
y las sirenas,
en su mutismo, se despedazan
en níveos cocteles de coral
donde los reyes del abismo habitan...

Muerte vieja,
sangre de olor cereza,
¿Por qué esa obsesión con la muerte?
No lo sé, quizá sea cuestión cultural...

Abominable infierno
en donde lo mejor es
que jamás sucede nada...
por ahora he dejado de suceder...

Nos quedamos tan muertos
como la distancia entre nuestros dedos...

¿Y de qué sirvió tanta charla
al calor de una idea tan fija?
Si fue tan estéril
como la oración a un dios muerto
a mitad del desierto...

Así, en silencio,
prefiero que nos vayamos muriendo
poco a poco...
así, sin escándalo,
nuestras almas estarán partiendo...

Primero se secarán las palabras
en nuestros labios
y pronto nos aburrirán los colores
alojados en nuestros rostros...

Cada vez más desilusionados
de nosotros mismos,
cada vez más cansados
de arrastrar nuestra mutua sombra,
hemos llegado al borde
donde saltamos lejos,
uno del otro,
como el agua del aceite,
somos vestigios siniestros
de los dioses que nos vieron nacer,
somos eternos prisioneros
de nuestras propias muertes diarias,
encerrados en el mutismo
de nuestra soberbia...

Cada vez más lejos del país de las hadas,
sabiendo que de su frontera
jamás se supo pasar,
cada día más desiertos internos cruzamos,
más soledad que la dejada por el hueco de nuestra luna,
rompiendo las esquinas de cada letra rota,
de cada imagen escapada
por no saber cómo conservarlas...

Teórico del dolor,
desconociendo la práctica de la felicidad,
por más amargura que se lleva
como ingrediente y esencia del corazón
que honestamente arrastramos...

Somos tres y más...
porque uno sólo no pudo soportarlo...
somos mil y uno,
porque es difícil decirlo
a través de una sóla boca...

Somos legión de dioses y demonios
convocados por una sola persona...

Corta, corta es la línea
que divide la cárcel, del olvido,
la luna ensangrentada
por las pisadas inocuas
de quien la pena robara
y opacara con el don del suicidio...

Han caído los muros de la inocencia,
se ha derrumbado lo que en otrora
la tinta y el humo habían construído,
no habrá ninguna muerte
sólo el silencio perenne
que pertenece al acostumbrado olvido...

Yo creo que por eso amar y amargura,
amor y amortajado,
comienzan con las mismas sílabas...

No hay blasones,
ni liras,
tampoco cantos
y tampoco partidas,
siempre ha sido así...

No hay un lugar al cual llamar patria,
no existen estrellas severas
que alberguen susurros eternos,
que saboreen dolores amargos y fríos,
no hay terreno en que crezcan
los frutos de lo que no ha existido...

¿Cómo vas a creerle a un dios
que te ha mentido toda tu maldita existencia?
Sólo existe una sombra sin nombre
que llama al gigante de adornos
tan negros
como hoscos inviernos,
que oprimen las ganas y evocan
las llamas de un cielo rojizo
en el umbral que su veneno convino...

En la lejanía se adivinan los almendros
y los olores batidos de exilio,
caen tréboles ciertos
tan muertos como plomo llano de hastío,
como ofensa primigenia y vana,
tan muerta como un hogar vacío...

Y así viajan en las venas
casquillos de viento encendido,
y así caen poco a poco las penas
que alimentaran con cieno
las infatuas ilusiones del momento
de vastos guijarros arrojados por niños...

Y en plena tarde de otoño
se escuchó al viento murmurar:
créeme que los vínculos son como la fé:
en cuanto dejas de creer en ellos,
en ese preciso instante dejan de existir...

No hay comentarios: